Contador de sonrisas:

18 de enero de 2013

No era especial. Pero era.

No te voy a hablar de besos, de caricias, de sonrisas. Ni si quiera de sexo. Te voy a hablar de tardes en tu espalda. De mil copas agarrada al mismo cuello. De noches sin saber dónde terminaban las sábanas. De ojos que no necesitan ser verdes para hablar. De lágrimas distintas a todas las demás. De la sinceridad que sólo aparece entre determinados brazos. Del amor desenfrenado, de los gritos sordos y los arañazos que intentan decir lo que la voz no puede. De la estúpida reacción que trae la mezcla de ganas e impotencia. Del idiota que propuso asociar tacones con noches largas y alcohol.  De labios rojos en el cuello de una camisa blanca. De mis piernas en tus hombros. Del frío en el culo si me levantas la falda. De susurros en la oreja que erizan hasta el último pelo del cuerpo. De mecheros que encendieron los cigarros más amargos. Del vaso de agua de después de quedarte sin respiración. De escasos minutos capaces de matar años. De las tres manzanas que nos separan y la incapacidad de dar un paso. De mis huellas en tu cuarto, en tu cama, en tu tripa. De vasos de whisky que llevan tu nombre escrito en el fondo. No te voy a hablar de amor. Te voy a hablar de cráteres infinitos, de princesas con tanga rojo que terminan buscando unas sábanas en las que perderlo. De braguetas rotas. De soles que no salen nunca y de lunas que se hacen esperar. Te voy a hablar de personas como vía de escape a la estupidez social, a lo establecido, al guardar las formas. De góndolas que parecían distintas a todas las demás. De amantes entusiasmados y de paredes de hoteles cansadas de ver todas las noches, las mismas noches. No era especial. ¿Es que hay algo que lo sea? No era especial. Pero era, y con eso bastaba.